Derrepente el nombre de este post a muchos no les diga nada, al menos hasta antes de leerlo. Esta semana quiero compartir una experiencia personal que me ocurrio ayer.
Estamos en Semana Santa un tiempo que para muchos es un tiempo de fe, reflexión y también de tradiciones, pero otros aprovechan para tomar unas vacaciones. He de confesar que yo soy de los que opta por la primera opción, y Arequipa durante toda la semana vive las tradicionales procesiones que recorren el centro de la ciudad. Ayer salió la procesión del Señor de la Caridad de la iglesia de Santa Marta, una procesión que para mi familia tiene un gran significado, pues toda mi familia por parte materna sigue la devoción a esta imágen, tradición que nos fue transmitida por mi abuelo, don Godofredo Molina, quien a su vez recibió la devoción de su papá o incluso antes. Mi abuelito fue presidente de la Hermandad y por mucho tiempo presidente honorario, hasta hace siete años que falleció. Recuerdo que de niño iba con el a la bajada del Señor y todos los lunes santos a la procesición, incluso algunos años en que 5 de abril, mi cumpleaños, caía lunes santo. Al estar en la universidad, por razón de estudios y de trabajo deje de asistir, pero hace algunos años ya que trato de darme un tiempito para acompañar al Señor.
Ayer lo hice, acompañe desde la calle Melgar hasta la plaza San Francisco y después la encontré en la plaza de armas.
El estar en la procesión produjo en mi sentimientos encontrados, uno de una muy fuerte alegría y otro algo de desazón.
Explico el porque de mis sentimientos encontrados. El de la fuerte alegría es porque ayer mientras acompañaba la procesión sentí que mi abuelito estaba caminando a mi lado, sentí una presencia suya muy fuerte, y por ello el título de este post, incluso en muchos momentos iba converasndo con él. Pero por otro lado me produjo una muy fuerte pena el ver la poca cantidad de gente que había, en algunos momentos, sobre todo las imágenes de Santa Marta y San Juan, que salen delante de la imágen del Señor de la Caridad iban sólo acompañadas por las personas que cargaban el anda; no era como las procesiones que recuerdo de cuando era niño que la gente que acompañaba ocupaba varias cuadras delante y detras de la imágen del Señor, en una multitud compacta.
Espero que esta bonita tradición no se pierda, por lo mucho que representa para la religiosidad arequipeña, además por mi, porque en ella puedo sentir la presencia de mi abue.
